Acabo de re-poner los pies en la ciudad condal, y la nostalgia me asalta ya en cada esquina. Vengo de Lodève, ciudad que por una semana se ha vuelto poesía, ha sido tomada por libros jóvenes casi como yo, por la música, por la alegría, por el sol, por el silencio y el respeto. Y si me asalta la nostalgia no es por esa pequeña y preciosa ville del sur de Francia (a la que por cierto volvemos a escaparnos en breve), sino por la falta de semanas como la de Lodève aquí en la Península.
Se llama “Voix de la Méditérranée”, un festival-feria del libro que acoge las voces que dominan todas las orillas del mar Mediterráneo, desde el Magreb hasta Turquía, pasando por Grecia, Siria, Palestina… a la carta. Un festival que da paso a las pequeñas nuevas editoriales que tratan de sobrevivir en medio del océano literario francés.
Me sorprendió ver cómo los Lodèvois prepararon su pequeño pueblo para acogernos a nosotros, los mediterráneos y no-mediterráneos. Cada rincón era mágico, lleno de colores que con el sol convertían aquello en un cuento de sólo ida. Su río cristalino abrazaba a cualquiera que quisiera refrescarse y recordaba que la poesía nos había reunido allí. El verde de las montañas se mezcló con el olor a salido de imprenta y de boulangerie,
Se llama “Voix de la Méditérranée”, un festival-feria del libro que acoge las voces que dominan todas las orillas del mar Mediterráneo, desde el Magreb hasta Turquía, pasando por Grecia, Siria, Palestina… a la carta. Un festival que da paso a las pequeñas nuevas editoriales que tratan de sobrevivir en medio del océano literario francés.
Me sorprendió ver cómo los Lodèvois prepararon su pequeño pueblo para acogernos a nosotros, los mediterráneos y no-mediterráneos. Cada rincón era mágico, lleno de colores que con el sol convertían aquello en un cuento de sólo ida. Su río cristalino abrazaba a cualquiera que quisiera refrescarse y recordaba que la poesía nos había reunido allí. El verde de las montañas se mezcló con el olor a salido de imprenta y de boulangerie,
3 comentarios:
Si el emperador no hubiera sufrido de su úlcera en Waterloo, ahora seríamos todos unos felices jacobinos,hablaríamos francés y podríamos acompañarte a Lodéve.
Pues qué pena, además no está muy lejos de aquí. Dejaremos los jacobinos a su aire.
qué bueno y qué gozada
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