miércoles, 2 de abril de 2008

Sushi con patatas

Hacía demasiado tiempo que un libro no me absorbía hasta obsesionarme, porque al introducirme casualmente en el mundo de Murakami me sorprendí a mí misma deseando que la historia fuese interminable. Y digo casualmente porque si reparé en él y me compré su Tokio Blues (por aquel entonces Murakami no era conocido todavía como un autor que “al igual que los Beatles produce adicción, provoca numerosos efectos secundarios y su modo de narrar tiene algo de hipnótico y opiáceo”), fue gracias al comentario de alguien que sabía lo mucho que disfruto leyendo. Lo tenía en la estantería cubriéndose de polvo, en la lista de mis pendientes principales/urgentes y aproveché la semana pasada, tras Delibes, para tantear su terreno y dejarme llevar por él.

No me gusta empezar un libro con una idea ya predeterminada, últimamente tenemos Murakami hasta en la sopa y las etiquetas best seller me provocan auténtica alergia; pero, a pesar de ese miedo de dar con otro Zafón, me bastaron tan sólo un par de páginas para deducir que me hallaba ante un libro de los grandes, ante una historia que te atrapa de principio a fin. Al menos a mí no me pasa muy a menudo. Su escritura es sencilla, como a mí me gusta, llena de color y de música, sin ambiciones y con un toque justo de irrealidad. Los protagonistas, Watanabe (me encanta cómo suena) y Naoko, se van perfilando poco a poco, página tras página, los vamos conociendo a medida que avanza la historia, de tal manera que al final te los acabas haciendo tuyos, que acabas entendiendo sus reacciones y su mundo imperfecto. La soledad perfuma todo el libro, Murakami, nos enseña que aunque amarga, nos es necesaria para ser; nos anima a caminar solos para disfrutar del sendero que vamos dejando atrás…
Me gusta hablar de los libros que leo, pero no suelo recomendar muchos, agradezco que la gente sea selectiva en eso; sin embargo este es un caso de los “tienes que leer” a Murakami, al menos si Márquez no te dejó indiferente.

Me han entrado unas ganas tremendas de irme a Tokio. ¡Lo que me faltaba!