Hace unos días estaba cenando en nuestro balcón con unas amigas, era una noche como muchas otras: cervecitas de entrante, vinito para la cena y el whisky esperando a los postres. Ellas hablaban, yo tenía la cabeza ida no sé donde, como si por un determinado instante hubiera desaparecido de la terraza. Estamos tan sumidos en nuestro propio mundo... pero es la única manera de sobrevivir a la ola aglutinante de la gran ciudad. Muchos dicen que vivimos envueltos por el individualismo materialista, por el egoísmo y el egocentrismo; no lo negaré. Pero sin ello... ¿cómo podríamos pasar de un día a otro sin ahogarnos en los demás?
Bueno, no era del idividualismo de lo que quería hablar, lo dejo para otro día. Estaba en el balcón, en las birras, el vino y el whisky, y mi desaparición momentánea. Envueltas en la cálida brisa de finales de julio intentábamos disfrutar del verano en la gran urbe bebiendo, riendo, charlando al ritmo del jazz que tanto le fascina a mi amiga. Y pasó, entonces pasó ese hombre que como otros parecía tan normal. Era ya más de medianoche, y un tío vestido de negro parecía pasear enfrente de nuestro piso; llevaba los walkmans puestos y en una de las manos sostenía algo que parecía un vaso. Todo podría haberse quedado allí de no ser porque volvió a pasar una, dos, tres, cuatro, cinco veces... ¡y así estuvo hasta la 1 de la madrugada! Realmente alguien extraño, podría haber sido tantas cosas... alguien cansado de estar en casa con ganas de moverse un poco, alguien con ganas de escuchar música al ritmo de sus pasos, alguien sin rumbo, desesperado, alguien enamorado, alguien triste... mil posibilidades. Pero la cosa no pasó de ahí, la noche acabó como estaba prevista. El fin de semana transcurrió, como dicen los catalanes, "sense pena ni glòria", hasta martes. De nuevo teníamos visita, preparamos una cena que más bien parecía una bacanal de comida, ¡menudo hartón nos pegamos! Cervecita, vinito... y de nuevo el tío ese misterioso, dando vueltas y vueltas a la manzana, también con la música puesta pero esta vez llevaba una bolsa con dos barras de pan. Mi amiga y yo extrañadísimas, y nuestros invitados sin acabar de creerse la versión de la historia "¿Un tío que se dedica a dar vueltas y vueltas hasta altas horas de la noche?" Sí, sí, y además en un tiempo récord: ¡¡5 minutos!!
Hace poco leí la Trilogía de Auster... y por un momento me sentí dentro de una de sus historias, buscando y navegando en un mundo ajeno al mío pero que, sin embargo, sentía propio, no sé muy bien porqué, de algún modo me identifiqué con esas ganas de ser ajeno y ocultarse en otra curva, de esfumarse y desaparecer sin ir a ningún lado. Pensé que eso daba para una novela entera, mi sueño, escribir una algún día... pero también reflexioné sobre las posibilidades de hacerlo y bien... casi le pasaría la historia al sr. Auster.
Y la cosa no acabó ahí. Ayer mi amiga y yo volvimos a cenar en la terraza, verduras a la plancha, los restos de la fabulosa tortilla de patatas que hace su madre y, cómo no, una botella de vino blanco al ritmo de un rock suave. Nos dejamos llevar por el encanto de la situación, por el airecillo que nos refrescaba, por el vinito y su dulce abrazo... cuando volvió a pasar el sujeto en cuestión. Esta vez sí, esta vez sí que nos quedamos paradas de asombro, yo no sabía qué pensar, era como un sueño, un personaje realmente vilamatiano (palabra que, por cierto, me da una rabia increíble, pero que en este caso va como anillo al dedo). Y pasó una, dos, tres, cuatro, cinco, ¡hasta diez veces! Y sentimos la imperiosa necesidad de averiguar lo que este tipo hacía paso tras paso, vuelta tras vuelta: cogimos la moto, la curiosidad nos picaba demasiado. Pero claro, ¡cómo no pensamos en las dichosas leyes del tráfico! Nuestro perseguido se metió por una callejuela que para nosotras era dirección prohibida... ¡menudo chasco! De todos modos no hubiéramos averiguado mucho, ahora sabemos exactamente la ruta que hace, pero lo que busca sigue siendo un misterio.
La de ayer fue una noche en extremo rara: primero porque no todos los días perseguimos a la gente por la calle, en plan novela juvenil de Enyd Blyton; y segundo porque para mí ha significado el romper con el día a día, porque las personas hablan sin palabras, nos dicen cosas en silencio y no nos damos cuenta, estamos totalmente absorbidos por el individualismo del que hablaba al principio, tanto, que subestimamos la aventura de soñar.
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